Somos una Asociación Civil sin fines de lucro legalmente establecida en Venezuela y en Estados Unidos 501(c)(3) concebida para activar a través de mecanismos sociales la más urgente necesidad del hombre: El conocimiento y la procura de la amistad de Jesucristo como salvador, dueño y Señor de la vida del ser humano, enraizados en el seno de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica fundada por Jesús hace más de dos mil años.
Somos convocados a responder, de manera responsable, a los llamados urgentes de áreas y situaciones misioneras bien definidas de la misión universal de la Iglesia dentro y fuera del país. En la era de la globalización, los signos de los tiempos indican que nuestra Iglesia debe contribuir, ahora más que nunca, “a crear una auténtica cultura globalizada de la solidaridad”. Los métodos para presentar el Evangelio mudaron, pero la pasión, el ardor, el fervor que deben acompañar y motivar el anuncio y el testimonio son inmutables e insustituibles. Si no se tiene una profunda mística misionera que contagie y convenza, nuestro esfuerzo, por mucho que use las más modernas técnicas de comunicación, no pasará de un “marketing” religioso superficial, algo que apenas araña la superficie de la sociedad contemporánea.
MISIÓN:
Renovar desde nuestra humildad la Iglesia Católica. Hacer realidad el ideal de la nueva evangelización permanente según el anhelo de San Francisco de Asís y el Papa San Juan Pablo II.
VISIÓN:
Sacerdotes y laicos sentimos la necesidad de dar a conocer la persona y el mensaje de Jesucristo vivo, convencidos de que el evangelio es el fermento de una nueva sociedad en la tierra fraterna y llena de justicia y es la revelación del propósito más próximo de la vida del hombre, hijo de Dios, llamado a la eternidad.
VALORES
- Optimismo
- Amor
- Fe
- Humildad
- Servicialidad
- Alegría
- Excelencia en el servicio
- Realismo
- Devoción
OBJETIVOS
En la realidad de nuestros días, nuestro fundador Mons. Roberto Sipols con discernimiento del Espíritu Santo obedeció hace más de veinte años acerca de la urgente necesidad de “Evangelizar” en un principio en la Arquidiócesis de Valencia en Venezuela y ahora en la era de la evangelización digital, al mundo entero. La bendición ha sido fecunda y rica patentada por señales y prodigios que el Señor se ha complacido en hacer mientras trabajó junto al Servicio de Evangelización “Anunciación del Señor” (S.E.A.S.) fundado por él en el año de 1996.
El principal objetivo de LA VOZ DE JESÚS es dar nuevo impulso a la fuerza misionera de los sacerdotes y laicos en la Iglesia no tanto como institución, sino como ente “vivo” para que asuman (o reasuman) su tarea eclesial de anunciar y dar testimonio del Evangelio, sin límites ni restricciones, hasta los confines del mundo.
“Evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Verbo Encarnado, ha dado a todas las cosas el ser y ha llamado a los hombres a la vida eterna. Para muchos, es posible que este testimonio de Dios desconocido, a quien adoran sin darle un nombre concreto, o al que buscar por sentir una llamada secreta en el corazón, al experimentar la vacuidad de todos los ídolos. Pero este testimonio resulta plenamente evangelizador cuando pone de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder anónimo y lejano: es Padre. “Nosotros somos llamados hijos de Dios, y en verdad lo somos” y, por tanto, somos hermanos los unos de los otros, en Dios”.
Extraído de la exhortación apostólica de S.S. Paulo VI “EVANGELII NUNTIANDI”
Nosotros queremos animar, incentivar, dar mayor impulso, a aquel “nuevo ardor” que pidió el papa San Juan Pablo II el día 9 de marzo de 1983, en la ceremonia de apertura de la XIX Conferencia General del CELAM. En la catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Puerto Príncipe, Haití, allí él insistió: “La conmemoración de medio milenio de la evangelización tendrá su significado pleno si se hace un renovado compromiso…no de re-evangelización, sino de evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión“. La primera exigencia del Papa no se refiere a los “nuevos métodos” ni a las “nuevas expresiones” sino al “nuevo ardor” que debe impulsar a los laicos de nuestro entorno.
Sin embargo, el ardor no surge por sí mismo. Solo una profunda experiencia de Dios y la pasión por la causa del Reino pueden suscitar el ardor, el “fervor del espíritu” que animaba al Apóstol (Hch. 18, 25), la motivación, el entusiasmo, la alegría y el coraje para enfrentar todo tipo de conflictos y dificultades…hasta la persecución. Es la convicción que revela Pablo a Timoteo: “Yo sé en quien he confiado” (2 Tim. 1: 12). Y eso se transforma en incondicional adhesión a Cristo que lo lleva a exclamar: “¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor. 9: 16) y a sufrir por causa de ese Evangelio prisiones, azotes, pedradas, fatigas y duros trabajos, vigilias, hambre y sed, frio y sin ropa; como él mismo lo relata. Y añade además: “Y aparte de eso exterior, la carga de cada día, ¡la preocupación por todas las comunidades!” (2 Cor. 11, 23-28). Los laicos no son una especie de miembros cualificados de la Iglesia, especialmente entrenados, algo así como “ejecutivos” de programas y proyectos elaborados por una élite pensante. Lo que caracteriza al laico, desde los primeros días de la Iglesia, es su pasión profunda por el Cristo vivo, el Cristo pascual. Son los apasionados por el Reino que hasta los días de hoy contagian hombres y mujeres de todas las razas y culturas.
Este ardor por la misión rompe toda acomodación y rutina e impulsa a la Iglesia a ir al encuentro de las personas y a injertarse en la realidad que vive el pueblo, haciéndose “sal” (Mt. 5, 13), “luz” (Mt. 5, 14), y “fermento” (Mt. 13, 33; Lc. 13, 21-22).
El Papa Emérito Benedicto XVI nos insta en el documento conclusivo de Aparecida: “La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: “Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16, 15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida “en Él” supone estar profundamente enraizados en Él”.